Una chica bien…bien histérica

Para elegir la ropa que me tengo que poner y comprar, para elegir a mis parejas, para cuando recibo un regalo y no sé si quedármelo o ir a cambiarlo, para decidir si quiero tomar mate con azúcar o amargo, para decidir si tomo mate o si me tomo un té, para decirle que si a un chico en un boliche a la pregunta tan clásica “¿bailás?”. Me pregunto por qué para todas esas cosas (y otras también) tardo en dar una respuesta definitiva y peor, cambio los si por los no y los no por los si, porque hay veces que me sale decir que no, ¡pero sí! Un ni, digamos.

Me vestí tan como quería parecer: deseada, para ser piropeada toda la noche y decir: ¡sí! Unas miradas en el espejo y salir. Unas, dos, tres miradas, “que gorda estoy”, pensé. Una vez en el boliche fui a la barra, no tardé en elegir qué tomar y con mi mejor cara de quiero bailar, bailé.

Utilicé técnicas abruptas que no fallan: sacudón de los pechos, dibujos de círculos en el aire con la cadera y tocarse el pelo cada 3 minutos, no más. Se me acercó un colorado, alto con esos jeans caídos que se usan ahora. Cuando lo vi, pensé “los colorados no me gustan” y enseguida especulé la manera de sacármelo de encima, pero había estado bailando toda la noche sola y además parecía simpático (peor es nada, después me quejó que estoy sola).

Me guiñó el ojo desde lejos, se acercó con un vaso vacío en la mano y con los primeros tres botones de la camisa desabrochados, suficiente para darme cuenta que era un tarado. Me preguntó si iba siempre a ese lugar, el nombre, la edad, el novio, el barrio, y me contó muchas otras cosas acerca de él, a las que no le presté atención, que dieron lugar a que me quedara hablando toda la noche, haciéndole sonrisitas para que de una buena vez me dijera que estaba linda. Lo que logré es que con un tono de voz de pibe resignado me diga: “no bailas, ¿no?”

Las mujeres no bailamos en los boliches, no queremos hacerlo, pero pretendemos que nos inviten a ello. Las mujeres esperamos que los hombres, en el boliche, sólo nos digan que lindas que somos, no que nos cuenten de sus ex novias ni de las materias de la facultad.

El colo me dice que soy especial porque no doy vueltas, que voy de frente… “¡Colo, colo, colito… yo te quiero como un amigo pero no sé, creo que me gustas, viste como somos las mujeres de histéricas, ¿no?”. (Histérica confundida).

Hombres, frases que acompañan siempre a una histérica:
• “No, no bailo, pero si querés me podés comprar un trago así tenemos de que charlar.”
• “Me caes bien, pero mira que tengo novio”
• “No tengo tiempo ahora para escucharte, además no tengo ganas. ¿Cómo que no me vas a llamar más? ¿Qué no me interesa tus cosas? ¿De dónde sacaste eso?”

Daniela tiene algo bueno

Daniela es una chica bien que no se anima a escribir lo que le pasa en las puertas de los baños públicos porque siente que otras mujeres la van a criticar, y asume como rol de mujer que una de sus principales actividades es envidiar-criticar a las de su mismo género, en la mayoría de los casos (y en las minorías también).

Daniela siente que no le alcanzaría una puerta para contar lo que le pasa y se ríe imaginando a todas aquellas leyendo sus historias mientras hacen la posición de recepción de voley, sacan de su cartera un papel tissue y hacen malabares con la puerta que no cierra.

Daniela se ríe de si misma y de todas las demás y, en el intento de dejar de ser mujer porque está cansada de convivir con sus inseguridades, sus complejos, sus vueltas, su sensibilidad diaria (y la que aparece cada 28 días), sus ataques de histeria y de celos y su compulsividad hacia la compra de ropa, entre (tantas) otras cosas, termina siento como todas. Lo bueno es que se da cuenta.