
Dos palabras y una mina como yo, en desacuerdo con su cuerpo, disconforme con su pelo maltratado por el secador y la planchita, cansada de los obreros que la ven pasar y no la piropean, harta de las modas que incomodan, generan un momento incómodo con una mezcla de estupidez: “¿Me querés?”. Me siento como un combo que nadie compraría. Pobre Marcos.
Una vez al día, mínimo, le pregunto a Marcos si me quiere. Si me quiere, si me extraña, qué haría sin mí, si estoy linda. Marcos es de pocas palabras, para él todo es un sí o un no. No tiene grises, él siempre tiene la respuesta a mi pregunta y lo que me pone orgullosa es que siempre sea la misma: “Sí. Correte que estoy mirando.” Me encanta la sinceridad de Marcos pero le escondería el control remoto (y ojalá que pierda Cambaceres).
Un día en la vida de Marcos y Daniela:
- Marcos, vos no me querés más. Decime que estoy gorda
- Estás gorda, sí.
- ¿Ves cómo sos? Todas la veces que te pregunté si estaba linda me mentiste.
- ¿No me acabás de decir que te diga que estás gorda? No estoy de humor. Dale, no jodas.
- Gracias por tu sinceridad, mi amor.
- De nada. ¿Viste el control remoto?
- No, si nunca miro tele. Buscalo bien.